viernes, 16 de enero de 2009

Psicóloga vital


Imagen tomada de www.caratulascine.com .

He decidido ubicarme aquí y creo que es un acierto. La labor social que llevo a cabo es indudablemente mucho más necesaria aquí que en cualquier otro sitio. A los vecinos parece molestarles mucho, incluso han pretendido que modifique mi horario laboral, dicen que por el bien de sus hijos. Qué sabrán ellos de sus hijos, si no fuera por mí terminarían suicidándose antes de alcanzar la mayoría de edad o, lo que es peor, metiéndose a curas; todo por tener dudas sobre su verdadero género. En definitiva, me alegro de haber abandonado los juzgados y haber puesto mi negocio cerca de estos dos colegios religiosos. Gano más, trabajo menos y encima realizo un bien social.
El trabajo ya no es tan duro, pero mis tarifas también son pequeñas, aunque el volumen total me ha permitido aumentar mis beneficios. Esos muchachos de catorce y quince años se van tan pronto les dedicas un par de caricias intimas, así que los doce o quince euros implican poco riesgo y brevedad, eso sí, les doy un poquito de conversación para que puedan desahogarse de sus problemas que es lo que realmente necesitan. Y, después de todo, qué significa mi beneficio económico frente al placer de ver como el muchacho ha recobrado su hombría puesta en duda por los tocamientos previos del cura de turno.
Ahora el muchacho conoce la anormalidad insana de lo que le sucede en ese colegio y, aunque siga sin atreverse a decirlo en casa, por lo menos, gracias a mí, habrá disipado sus dudas. Ahora es capaz de aceptar la realidad de la tortura sufrida y ofrecer resistencia la próxima vez.
La resistencia se extiende y al curita tocón no le debe gustar porque ha venido a amenazarme, pero al final se tuvo que marchar con el rabo entre las piernas (lastima no se lo amputaran), mi amenaza resultó más efectiva.
Este cura, don Ramiro, me recuerda a doña Antonia, la monja responsable de mi actual categoría laboral ¡Que poco cambian los tiempos!
Bueno... viene un cliente y debo despedirme. Para aquellos que no lo hayan averiguado aún les diré que soy puta, pero yo prefiero considerarme psicóloga vital.

Relato dedicado a los muchachos de un conocido colegio religioso de Barcelona que entre los años setenta y ochenta pasaron un autentico calvario y que nunca reconoció la iglesia. Para aquellos en que, desde aquel día, la vida ya no fue igual porque no tuvieron a mano una psicóloga vital para rescatarles.

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