Generalmente las
reuniones de la junta directiva se hacían con las puertas del recinto de
secretarias abierto, e incluían a los directores de departamentos afectados por
los temas a tratar, pero en esta ocasión no era así. Tan pronto llegó el último
de los doce consejeros, la puerta de doble ala de la sala de reuniones
corporativa se cerró por primara vez en los cincuenta años de historia de la
empresa. De lo que allí sucedió no existe hoy ninguna constancia escrita, ni
testigos, ni nada absolutamente que demuestre el grado de delito de cada uno de
aquellos nuevos doce hombres sin piedad, pero las consecuencias las estamos
sufriendo todos hoy en nuestras carnes.
Todo empezó unos pocos
años antes cuando algunas grandes empresas no pudieron frente a las acciones
del sindicalismo, boicots encubiertos de consumidores y diferentes tipos de
respuestas a las políticas neoliberales emprendidas por las grandes empresas
tras la crisis del petróleo. Lo que ellos consideraron la gota que colmó el
vaso, el resorte que les llevó a dar una nueva vuelta de tuerca contra la
humanidad, fue la quiebra de Pan-Am, una de sus empresas insignia. Sin embargo,
no fue hasta la caída del muro de Berlín, que sus ambiciones pudieron moverse
libremente para exprimir al Mundo, ya sin una alternativa política que pudiera
poner en entredicho sus acciones. El problema, sin embargo, eran ellos mismos,
dado que ninguno era capaz de ver a las masas humanas que les separaban de su
riqueza y su gloria, como entes abstractos incapaces de sufrir.
En aquella reunión, como
en otras muchas de decenas de grandes empresas destinadas a dominar la economía
mundial, se decidió contratar a auténticos psicópatas que pudieran ejecutar los
planes que ellos mismos habían elaborado. Desde entonces, casi todos los ejecutivos
de recursos humanos de grandes empresas mundiales pasaron a ser sociópatas
destinados a masacrar la humanidad. Pero como seres sin empatía y llenos de
ambición, este poder siempre les pareció pequeño, por ello, una vez controladas
las masas obreras, no se quedaron ahí y decidieron robarles los derechos que
tanta sangre, sudor y lágrimas habían costado; para luego apuntar al interior
de las propias empresas y empezar a desbancar a los ejecutivos que les
contrataron. Su nuevo objetivo: dominar y corromper los mercados para hacer
sucumbir a las propias naciones.
Y mientras las naciones
se arrodillan ante el poder de las grandes empresas, por la fuerza de los
mercados, los nuevos amos del Mundo ya preparan una guerra sin cuartel, empresa
contra empresa, hasta que solo uno de ellos gobierne en Mordor.
Imagen extraída de la web de www.euroinnova.es