domingo, 7 de noviembre de 2010

Punto G


Punto G era un bar, pero no era un bar cualquiera. Durante los años setenta se reunieron allí grupos de jóvenes post adolescentes o en los últimos años de la adolescencia, con ciertas ínfulas intelectuales. Las conversaciones del lugar tenían mucho de literario. Estaban los fans de la poesía de Machado, Miguel Hernández, García Lorca o Rafael Alberti que competían con los de Garcilaso, Lope de Vega y Quevedo. A la muerte del general, aquellas únicas disensiones políticas que Gonzalo, el dueño del local, permitía, cambiaron de personajes. A finales de los setenta las estrellas eran Pablo Neruda o Gil de Biedma, pero esta vez se enfrentaban a rivales mucho menos accesibles como James Joyce, que no era realmente un poeta, y Rimbaud y Baudelaire cuya obra era enteramente en francés y, seguramente, sus defensores apenas dominaban el “café au lait”.

Un día Gonzalo me dijo que tendría que traspasar el bar porque ya no disfrutaba como antes de su trabajo.

--Te haces viejo –le dije--.

--¡Qué leches “viejo”! –Me dijo mientras señalaba a uno de los numerosos grupos que llenaban el local--. Son ellos quienes son demasiado jóvenes.

El local estaba más lleno de lo que había estado nunca. Las consumiciones eran importantes. Aunque seguía existiendo aquel muchacho que pasaba la tarde con un par de cafés o una simple cervecita, la mayoría acumulaba varias botellas de refresco en la mesa y también había platos de tapas por doquier. El negocio no marchaba mal. Aunque las conversaciones eran realmente primarias. La mayoría se empeñaba en atacar o defender con vehemencia obras que no leerían jamás. Por si eso no fuese suficiente, los más jóvenes hablaban de música o fútbol como si tal cosa.

--No dejé la facultad de medicina para esto –apuntó con amargura --. ¿Y sabes lo peor?

Hizo una pausa para que yo le animara a seguir con la mirada.

--Ya nadie me pregunta que quiere decir “punto G”.

--El punto de Gonzalo –dije inocentemente y él se rió con ganas--.

--Chavales como tú son los que me animáis a aguantar un poco más.

--Bueno, la semana que viene empieza el concurso literario anual.

Desde detrás de la barra, me miró con amargura. Entonces me explicó que posiblemente sería el último. La librería Bequer cerraría aquel mes y nadie pondría un duro para los premios. No tuve que darle muchas vueltas para tener una idea. Eso sí, antes de notificársela preferí darle un par de tragos a mi cerveza “Skol”. A pesar de la amistad, Gonzalo aún me impresionaba demasiado como para decirle tonterías.

--Y si reduces la cuantía de los premios y haces pagar una cuota de inscripción –como su expresión facial indicaba que se lo estaba pensando, aún apunté--. De este modo podrían hacerse dos concursos al año: Navidad y el día del libro.

--Pero… ¿cómo van a poder pagar las inscripciones?

--Míralos, Gonzalo. La mayoría ya no vienen aquí a pasar la tarde con un cafelito, ahora consumen de verdad. Tienen pasta. Y si alguno no la tiene y vale la pena lo que escribe, tú mismo le podrías pagar la inscripción.

A ese cierre me lanzó una mirada fulminante con las cejas bajadas, sin embargo, enseguida las desplegó para brindarme una cálida sonrisa de aceptación.

--Por cierto… ¿qué es el punto “G”?