miércoles, 25 de febrero de 2009

Dónde vas mundo


En un mundo con tantas angustias y “padeceres” no podemos renunciar a la sonrisa de los niños. Es egoísta… y qué no. Porque los niños se tornarán adultos envueltos en la misma inercia que nosotros, y después... La angustia y la carestía se posarán también en su “lomada”.

Demos la vuelta a nuestros bolsillos vaciados por el orificio de la vida, dejemos escapar la amargura de nuestras experiencias y abramos los ojos de hito en hito como sólo la mirada de un niño intentando desentrañar los misterios que, a nosotros, ya se nos antojan cotidianos. Que del miedo, el llanto y el silencio, salga una carcajada pueril que se afrente a nuestras penas.

En mundo donde no hay esperanza no vale la pena vivir y, sin embargo, los ojos de un niño desnutrido aún muestran más hambre de conocimientos que de alimentos.

No lo dudéis... el saber es nuestra única medicina. No podemos dejar que nadie marque límites a nuestro conocimiento porque nos va en ello la vida.

(No a Bolonia)

sábado, 21 de febrero de 2009

Diego


La vida no fue nunca un camino de rosas, pero él aún se cuidó más de adornarlo de espinas. Diego parecía inteligente y era simpático, además las chicas decían que era guapo y aparentaba tener lo que se ha de tener para triunfar en la vida. Todo eso fue antes de que la vida lo conociera a él, porque desde ese día pareció que esta se le reía.

Cuando terminamos tercero de BUP, yo apenas logré aprobarlo por los pelos y él se quejaba porque gimnasia rompía su cadena de sobresalientes. Diego ya preparaba su siguiente asalto: los premios nacionales de bachillerato, pero antes, aquel verano, se macharía todo el mes de julio, con su hermano, a San Antonio en Ibiza.

Y el Diego que yo conocía ya nunca volvió. La isla mediterránea le trajo el amor. El ir y venir de cartas a Suiza, casi a diario, fue el comienzo del siguiente curso. En el país de las montañas vivía su amor, su corazón y, como se vería en la primera evaluación, su cabeza. Diego ya tenía decidido pasar la Navidad rodeado de nieve y por eso había buscado un trabajo a tiempo parcial que le permitiera pagarse aquel viaje. En otro momento, el descenso en la escala a simples notables hubiese sido una tragedia para él, pero en aquel momento se daba por satisfecho. Aún así, todos sus amigos y compañeros estábamos convencidos de que después de Reyes regresaría un Diego más centrado y así lo creímos… al principio.

Durante el mes de febrero desapareció varias semanas. En su casa no quisieron decirme nada y cuando regresó era el ser más triste y taciturno que había visto jamás. Aquel trimestre decoró sus notas con varios suspensos y la Semana Santa no le sirvió para recuperarse.

Un día, saltándonos juntos la clase de religión, cosa que desde siempre, en primavera, había sido una tradición, fuimos a hablar a un parque próximo. Me sorprendió sacando un paquete de Marlboro.

--¿Quieres? –Me ofreció--.

Yo negué con la cabeza, pero, antes de que me diera cuenta, estaba quemando algo con el mechero sobre su mano ahuecada. Abrió un cigarrillo con notable maestría, añadió aquella cosa ya negruzca y pegó un papel de fumar por encima con sobresaliente habilidad. Luego arrancó el filtro y apretó las puntas con una ligera torsión del papel. Finalmente, ante mi alucinada mirada, lo encendió. Y fumó frente a mi silencio empezando con una profunda calada que inundó mi nariz con un olor espeso y ligeramente picante. A continuación, ofreciéndomelo, me dijo:

--A esto no te puedes negar.

--Pues te equivocas. A mí nadie me dice a qué puedo o no puedo negarme.

El se rió, pero yo me sentía realmente furioso, más por el hecho de comprender que el viejo Diego ya no estaba que por la provocación. Siempre me había sentido orgulloso de ser amigo del tío más listo de la clase, tal vez por eso me molestaba tanto que aquel monstruo hubiese ocupado su lugar.

Que yo tuviera que repetir COU era algo que, a priori, nadie hubiera podido descartar, que lo hiciera Diego, unos meses antes nadie lo hubiera creído, pero el desarrollo de aquel curso hizo que el profesorado sólo se sorprendiera de mi fracaso. Como le diría mi tutor a mis padres: “su hijo ha sido bastante irregular, pero ha mostrado brillos fugaces que en un centro menos exigente le hubieran permitido aprobar, no obstante, algún día se alegrará de repetir este curso”. Aquellas palabras casi hacían bonito el hecho de repetir, pero a mis padres, que estaban un poco hasta las narices de que no doblara el lomo, no les sonaron tan bien. El fracaso de Diego fue más rotundo, algo así como un olvido desolado en el desierto.

Aquel verano que malgastamos, al menos yo, para fracasar, no nos vimos ni una sola vez. Pero tras el desastre llegó un renacimiento. Diego volvió a aprobar, pero nunca más fue el “brillante Diego”. Yo seguí en mis originales altibajos, una escala más arriba, como dirían los músicos, pero alimentando, aún, las apuestas y ganándome un lugar entre los mitos del Instituto.

Ni que decir tiene que en esos tiempos, nuestra amistad se había enfriado mucho. Yo añoraba al viejo Diego y él, quizá, a una muchacha suiza rubia y de ojos azules.

Aquel mes de junio saqué una magnífica nota de selectividad, pero en lugar de buscar carreras acordes con aquel registro, como medicina o arquitectura, seguí con mi obsesión de siempre: Ciencias Químicas. El día de matriculación me acompañó Gloria, mi novia de aquel entonces. Había dos colas que entraban en las oficinas de la facultad.

--¿Seguro que esta es tu cola? –Me pregunto ella en tono de preocupación--.

--¡Sí! ¿Por qué lo dices? –Contesté con el tono más tranquilizador que encontré entre mis cuerdas vocales--.

--Los de la otra cola parecen personas normales, pero los de la tuya todos tienen cara de majaretas.

--¿Qué dices? –Le pregunté riendo--.

Pero Gloria hablaba muy en serio.

--Fíjate en aquel que está a punto de entrar. Está completamente tronado. ¡Seguro!

Cuando miré me quedé totalmente sorprendido. Ya entraba y su cara podía pasar por la de un perfecto orate, pero además era… Era Diego. Se estaba matriculando en química y a pesar de saber que toda mi vida había sido esa mi intención, no me había dicho nada. Gloria no lo había podido reconocer porque sólo hacía nueve meses que salíamos juntos y, para entonces, ya no éramos el par de amigos que un día fuimos, así que apenas lo había visto un par de veces y ni tan siquiera lo había presentado.

Nuevamente coincidíamos y, aquel año, aún conocí a otro Diego enormemente divertido… demasiado divertido. Para empezar, aquel era un año de cambios en la Universidad. Socialistas, independentistas y fachas peleaban para hacerse con todos los cargos de delegados en todas las facultades ya que, al parecer, iban a tener una cierta trascendencia política. Nosotros, como la mayoría de estudiantes éramos ajenos a aquella guerra, como alumnos de primero teníamos otras cosas de las que preocuparnos. Al parecer mi amigo no, porque, a pesar de la parafernalia que habían montado los tres grupos de poder para hacerse con el dominio de nuestro curso, en un santiamén Diego se hizo con las voluntades de la mayoría y, sin yo saberlo, me convirtió en candidato y ganador del cargo de delegado. Los socialistas consiguieron el cargo de subdelegado para su candidato. A pesar de las aventuras y desventuras que aquel hecho me reportó, no voy a ahondar en ello porque lo importante es conocer hasta dónde era capaz de llegar este nuevo Diego.

Las tardes en los laboratorios de prácticas eran geniales, volcando el agua sobre el ácido sulfúrico, sobrecargando de picratos plúmbicos vainas de estaño y poniéndolas al fuego para que dispararan auténtica metralla, provocando ebulliciones repentinas en líquidos coloreados, generando emanaciones de gases tóxicos fuera de las vitrinas… la cuestión era terminar haciendo evacuar el laboratorio antes del fin de la hora de prácticas.

Aquel fue un año muy divertido, tanto entre clase y clase como durante las mismas. Pero yo tenía que trabajar los fines de semana para poder pagarme los estudios (concesión que tuve que hacer a mis padres para seguir estudiando después de pasadas debacles) y perder otro año podía ser una catástrofe personal. Además, más allá de la diversión, Diego seguía tan plano como en la época anterior, aquella no era la vieja amistad en que nos contábamos todo y nos ayudábamos siempre (sobre todo él a mí).

Cuando se acercaban los parciales de febrero decidí romper con aquella inercia, aunque supusiera dejar de lado a mi viejo amigo, y fue entonces cuando Diego se decidió a hablar. Su historia no fue tan espectacular como había llegado a imaginar. En resumidas cuentas era el chico conoce chica, se enamora y se divierten. Después chico va a visitar, por Navidad a chica y la encuentra liada con otro. El chico se va de putas, se lía unos canutos y decide que ya está harto de ser un buen chico mientras son otros los que se divierten. Punto y final.

Punto y final no. Aquel era Diego y no un chico como los demás. Era mi amigo y su vida había cambiado; había roto con el mundo ordenado que habían construido para él desde su más tierna infancia y ahora era incapaz de encontrarse a sí mismo. Detrás de sus gafas de montura metálica (antes de pasta) sus ojos suplicaban ayuda aunque su risa se contagiara. Así que me propuse hacer que los libros también formaran parte de nuestra amistad. No pensé que él contaba con más tiempo que yo. Aquel junio lo aprobó todo. Yo aún tuve que repetir un año más. Pero la vida le fue bien.

Ayer le vi. Tiene dos chavales rubios como su madre… suiza.

La vida da muchas vueltas y no quise preguntarle. Por cierto, es candidato al parlamento en las próximas elecciones, pero no pienso votarle.

sábado, 14 de febrero de 2009

Entrada para un "adiós".


Imagen tomada de www.unav.es.

Dicen que mientras hay vida hay esperanza, pero cuando ves apagarse lentamente su luz, de forma tan triste y dolorosa, deseas que todo se acabe lo antes posible. Lo deseas y lo repudias porque otra parte de ti se aferra a esos recuerdos de amor que te van desgarrando y confundiendo conforme ahondas más y más en ese interminable “adiós”.

Ya casi ni se mueve, tan solo su mirada de ojos grandes, apretados y tristes augura que de un momento a otro se desencadenará la nada.

Un espasmo… otro. Sus ojos están más allá de un punto de visión. Más espasmos que se encadenan y se hacen continuos, pero van bajando de intensidad. Los músculos ya no tienen energía ni para colaborar con la Parca que termina de manifestarse en una quietud total.

Se acabó. Su dolor físico pasó y ahora sólo queda un dolor anímico que no le pertenece.

Ya sé que sólo era un ratón, pero era mi ratón. Aquel al que nunca quise ponerle un nombre para que la brevedad de su vida no me importara, pero otra vez me equivoqué. Me importó y duele. Nadie te quita la posibilidad de querer y eso tiene que ser bueno, pero…

Si un ratón puede dejar semejante vacio… qué será de una persona. Alguien quiere más razones para negarme a conocer a nadie que, un día, también pueda abandonarme y me deje un enorme agujero en el que quepa mi desdicha… ¡No quiero!

(…)

domingo, 8 de febrero de 2009

Tres tipos con clase (V)


Imagen extraída de www.erain.es.

Capítulo 5.

“No quitábamos ojo al cielo, especialmente de noche, pero fue de día cuando se marcaron los designios de los nuevos tiempos. Unos extraños vientos del Este sacudieron aquella costa mediterránea. Unos vientos que, superando las cadenas montañosas, lanzaban sobre Tiro y otras ciudades de la zona, unas enormes nubes de arena que impedían distinguir nada en el cielo.”

“El cometa surgido de Cetus se aportó su desgracia. Durante unas revueltas, en la cercana ciudad de Sidón, murió Cornelius Cillus, desconocido en su Roma natal, pero uno de los sabios de Alejandría más venerados. Artabán, aprovechando, según nos dijo, nuestra ceguera momentánea de los designios divinos, marchó a Sidón para mostrar sus respetos a los familiares de Cillus.”

“Apenas dos días después de que Artabán se marchara, los cielos se despejaron y el cometa de Cetus había desaparecido y el de Acuario ya tenía cola. Era el momento de prepararse para el viaje”.

--¿Qué había pasado con el cometa desaparecido? –Cortó interesado Santa Claus--.

--Seguramente se precipitó en el Sol. Es algo que ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia. La capacidad de atracción de una estrella es enorme, sin embargo, planetas como la Tierra también han sido capaces de atraer a más de uno. Hace sesenta y cinco millones de años uno de esos cometas cambió la vida de este planeta y, mucho antes, ya había sucedido en otras ocasiones.

“Era el momento de partir, pero Artabán, el que más sabía sobre todo lo que tenía que suceder, no estaba allí. Esperamos dos días más, pero como no se presentó tuvimos que iniciar el viaje. Dejamos una carta para Artabán, pero, sinceramente, no creíamos que fuera capaz de darnos alcance.”

“Las primeras etapas del viaje fueron erráticas. Se llevaron a cabo por un territorio abrupto, pero no excesivamente elevado. No era un camino propio para los camellos. El agua no era un problema, pero encontrar comida ya no era tan fácil. Los habitantes, en su mayoría pastores, no eran demasiado hospitalarios. De hecho, sus casas, a veces meras barracas, se encontraban bastante ocultas de los caminos. Se escondían de los posibles cobradores de impuestos, ya fueran asirios, judíos o romanos. En aquel lugar todos eran pobres y todas las administraciones pretendían tenerlos bajo su mandato, pero sin ofrecerles nada a cambio. Los desconocidos eran, por tanto, una amenaza que podía permitir localizarles”.

“A pesar de su animosidad, pronto descubrimos que no ponían reparos a que ordeñáramos alguna cabra de tanto en tanto, o tomáramos algunos frutos de los árboles del camino. De todos modo, Melchor dejaba unas pocas monedas sobre una piedra, cada vez que hacíamos algo de aquello.”

“En pocos días nos presentamos en el lago Tiberiades. A sus orillas disfrutamos una de las mejores comidas de nuestro viaje. Por aquel entonces, el lago, brindaba una pesca estupenda, pero en las orillas, además, los cultivos eran realmente variados y abundantes.”

“Las orillas del lago eran ricas y estaban muy habitadas. Por lo general, según nos dijeron, no había mucho comercio con otras ciudades, pero entre los alrededores y las montañas que habíamos dejado atrás si era abundante. Sin embargo, los últimos meses estaban siendo especiales porque los romanos habían ordenado un censo general y la gente volvía a sus poblaciones de origen antes de que los funcionarios imperiales les consideraran foranae.”

“Tuvimos varios días para conocer a aquellas gentes porque fueron cuatro los días en que las nubes nos escondieron a nuestro cometa guía. Aquello sería una equivocación, pero entonces no lo podíamos saber. Por otra parte, teníamos que prestar atención y relacionarnos para conocer la llegada de nuevas personas y de hecho escuchamos muchas cosas de muchas personas, pero ninguna era Artabán. ¿Habría vuelto a Tiro? ¿Se habría puesto en camino? Estaba claro que las nubes eran igual obstáculo para él.”

“Nuestro viaje prosiguió siguiendo el curso del Jordán, pero apenas dos jornadas después nos interceptó una patrulla de la guardia de Herodes que nos obligaron a seguirles hasta el palacio de Herodes. De cualquier forma no supuso un gran retraso porque se hallaba Jordán abajo, cerca de Jerusalén, pero en la otra orilla del río. Vimos la gran ciudad de cerca. Era un lugar importante para nosotros, pero no nos permitieron acceder y seguimos unas dos horas río abajo hasta llegar a la morada del “rey” de los judíos.”

“Conforme nos acercábamos a la puerta de la fortaleza, vimos como una fila de jinetes armados, sin ningún uniforme, salieron a galope por el camino del sur.”

--El señor Baltasar se ha despertado y quiere hablar con usted.

Uno de los médicos que atendían al rey negro se había acercado hasta el bar y era el que le estaba informando. Gaspar volvió repentinamente a la realidad del momento y que casi había logrado olvidar narrando su historia.

--Santa, no te muevas de aquí. Aprovecharé para hacer entrar en razón a Baltasar y vendré contigo. Come algo mientras tanto. Presumo que no vendré demasiado pronto. No puedo permitir que todo sea peor de lo que ya es.

--Ve tranquilo, Gaspar. Tengo un año entero para esperar.

martes, 3 de febrero de 2009

Cómo tener la casa como un cerdo


Con motivo del cruce de meridiano en el libro de humor que estoy escribiendo (después de un año de trabajo he llegado a la página 80) voy a comentar algunos libros de humor que, por alguna razón, me han parecido peculiares e inspiradores.

El primero de ellos se titula “Como tener la Casa Como un Cerdo – Guía doméstica del perfecto soltero” de P.J. O’Rourke. Nunca he leído un libro tan hilarante y desternillante como ese. O’Rourke es un humorista medianamente conocido en EE.UU. Su humor es inteligente, cínico y, en ocasiones, algo payaso. Unas características con las que comulgo (es un decir) bastante, pero no así con sus otros valores políticos y económicos. Sí, el amigo O’Rourke es, a un tiempo, un buen amigo de la conocida web neoliberal “libertad digital” y de “liberales.com”. P.J. O’Rourke, además de libros de humor como el que ahora comentamos, también ha escrito libros de análisis económico de corte liberal, entre los que cabe destacar “The wealth of nations” que es una interpretación muy peculiar del libro del mismo título escrito por Adam Smith, el considerado padre de la economía y del que surge, como una interpretación peculiar, el movimiento económico liberal… pero este es un tema del que ya he hablado en otras ocasiones y sobre el que ya profundizaremos en otro momento.

Cuando en 1988 cayó en mis manos “Como tener la casa como un cerdo” de Ediciones Papagayo, pensé que sería un buen libro para desatascar mi cabeza de los monstruosos volúmenes que había leído en los meses anteriores (“Hawaii” de James A. Michener, “Shogun” de James Clavell, “Bizancio” de Ramón J. Sender y “Tropas del espacio” Robert A. Heinlein; no voy a explicar aquí cómo es posible que los recuerde). El libro, lejos de decepcionarme, se convirtió en uno de mis libros favoritos y siempre acudo a él cuando tengo un bajón anímico. Siempre salgo reconfortado.

El libro no escatima esfuerzos para alcanzar algo más que una simple sonrisa de sus lectores. De hecho, reprimir las carcajadas, es francamente difícil y si eres, como yo, de los que lee en los transportes público, puedes generar una pequeña conmoción en los mismos. Pero también puedes conseguir hacer amigos ya que, para evitar el enfado de los más susceptibles, no te quedará más remedio que mostrar los desmadrados párrafos que tanta gracia te hicieron. Personalmente vi reír a personas que, sólo unos segundos antes estaban casi dispuestas a pegarme.

El propio P.J. O’Rourke posa en algunas de las fotografías demostrativas que hay en el libro, pero lo que me convenció para su adquisición fue la curiosa presentación de la contraportada:

¡Cientos de trucos prácticos para tener la casa como un cerdo!

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¿Tiene dos metros de espesor la alfombra de tu salón? ¿Se te han deshecho los platos de cartón en el lavavajillas? Esta guía práctica y profusamente ilustrada te descubrirá los secretos de un arreglo de casa sin complicaciones: entre otras cosas, te enseñará a desatascar retretes (los petardos hacen maravillas), a limpiar (usa el gato para limpiar el polvo) y a lavar la ropa (un toque de desodorante deja los calcetines sucios como nuevos).

Y MUCHAS COSAS MÁS, entre ellas “Principios de decoración” (colores ideales para pintar: Ocre Grasiento o Gris Huella Dactilar), “Consejos de salud” (bebe de seis a ocho vasos de líquido al día: solo o con hielo) y “Normas para recibir en casa” (cenitas íntimas y enormes juergas etílicas).

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¡Guía doméstica del perfecto soltero!

Escucha lo que dicen las críticas:

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<<¿CÓMO PUEDES VIVIR ASÍ?>> --la madre de un amigo.

<<¡SI TE CREES QUE VOY A ANDAR LIMPIANDO DETRÁS DE TI, VAS LISTO!>> --la novia del autor.

<<¡AAAAAAAH! ¡HAY UNA COSA DENTRO DE LA NEVERA Y ESTÁ VIVA!>> --la ex novia del autor.

<<¡QUE PASADA!>> --la hermana pequeña del autor.

<<¿POR QUÉ NO TE MARCAS UNA MUDANZA, TÍO?>> --un amigo de un amigo.

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Un consejo final de belleza: si cae un ejemplar en vuestras manos no dudéis en abrirlo… quedareis atrapados en una red de humor desmadrado.