lunes, 24 de octubre de 2011

Cinco escenas de película más.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Y todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia… Es hora de morir.

¿Alguien tiene alguna sugerencia mejor para abrir otra nueva sección de momentos memorables? Es casi el final de Blade Runner y creo que esa secuencia da sentido a toda la película. No sé si la frase está contenida en el libro “Sueñan los robots con ovejas eléctricas” de Philip K. Dick que da origen al libro porque, a pesar de haber leído bastantes libros de este autor, este no está en mi lista.

En la ocasión anterior, en que seleccionamos alguna secuencia del cine mudo, ya vimos que no todas las grandes secuencias tienen que contener palabras. Veamos esta. Se escucha el vals “El Danuvio azul” de Johan Strauss y un transbordador espacial con los logos de PamAmerican se aproxima a la entrada de una estación espacial que gira para mantener una cierta gravedad artificial en su interior. La nave se pone frente a la entrada e inicia una rotación para igualar su velocidad de giro a la de la entrada de la estación. Todo el proceso se realiza como si de una coreografía se tratara y rodeado de los colores del espacio y del próximo planeta azul. Es 2001, una odisea en el espacio. Dicen que hay escenas que valen por toda una película y creo que esa es una, aunque el film aún cuenta con un par más de escenas memorables que ya comentaremos otro día, sin embargo el film es prácticamente ininteligible a no ser que hayas leído el libro de Arthur C. Clarke, que también asesoró científicamente al director, Stanley Kubrick. A pesar de las dificultades hay que admirar los sensacionales efectos especiales realizados en aquel remoto 1968, y que no serían superados hasta 1977 por Steven Spielberg con “Encuentros en la tercera fase” y, sobre todo, George Lucas con “La guerra de las galaxias”. Solo por eso ya debe ponérsele en el pedestal de las grandes películas. El film aún cuenta con dos aportaciones esenciales más. Por una parte Kubrick, a última hora, tuvo el buen criterio de rechazar una banda sonora realizada a la moda de la época (ojalá el director del film “Charlie” hubiese tenido tan buen sentido). En su lugar cogió excepcionales piezas de la música clásica, entre las que destacan este vals y la música por la que más se recuerda la película: el “Así hablaba Zarathustra” de Richard Strauss. Por cierto, y como anécdota, Johan y Richard no tuvieron ningún tipo de relación familiar, el hecho de que compartan apellido es meramente casual.

La otra gran aportación de Kubrick al film fue muy alabada por el autor de la novela, y fue la de cambiar el lugar del desarrollo final del libro de Saturno a Júpiter. Tanto le gusto a Clark que las dos continuaciones se hacen sobre el destino de la película y no sobre el del libro original. De hecho desplaza lo que tenía que ser una referencia a Titán hacia Europa que, gracias a descubrimientos recientes de aquellos momentos, tenía más sentido. De hecho en un libro posterior de su otra saga “Venus Prime”, Europa muestra todos sus secretos de ficción científica.

Saltamos de la ciencia ficción a la ficción a secas. En la primera película de Indiana Jones vemos como nuestro héroe pierde el látigo identificativo y se tiene que enfrentar a un rival que le cree desarmado. Con un movimiento rápido y certero saca un arma de fuego desde atrás y elimina a su rival de forma sorprendente. Recuerdo que el cine lleno de niños lanzó gritos de júbilo por la ficticia hazaña. En la segunda película, Indiana Jones y el templo maldito Spielberg juega con ese recuerdo y al salir de la montaña rusa se vuelve a encontrar en una situación similar donde pierde el látigo cuando hade enfrentarse a un rival armado con un sable. La imagen se ralentiza y enfoca su espalda donde la mano de Jones busca la pistola de la primera película, pero… ¡Oh, sorpresa!, no está. Sí, ya sé, la mayoría recuerdan el film por las secuencias de la caída desde el avión con la barca y por la secuencia de la montaña rusa de las carretillas, pero recuerdo que en el cine fueron esta escena y la de la asquerosa comida de gala, las que más escándalo generaron.

Términos como Jihad, Fedaykin, Dar Al-Hikman, Muad’Dib, Auliya, Al-Lat y otros muchos, junto a los eternos paisajes de desierto de arena nos podrían hacer pensar en una película sobre la península arábiga y el mundo del Islam, pero no es así. Dune es una de las películas más extrañas de la ciencia ficción. La primera novela de la saga, a pesar de la incontable enormidad de nombres y personajes que salen, al centrar toda la historia en la familia Atreides se sigue bien y sorprende. Los libros que siguieron, en mayor o menor medida van perdiendo el atractivo del primero y solo para los fans de la saga merecen la pena. Respecto a las películas, todo y que después los efectos especiales mejoraron mucho, me quedo con la de David Lynch. Y puestos a elegir una escena me quedo con aquella en que el protagonista llama al gusano más grande para cabalgarlo sobre las dunas. Es una escena llena de triunfo que compensa las miserias que ha tenido que sufrir el protagonista para llegar al que será el final liberando a Dune de la opresión de los otros mundos.

Posiblemente el significado de la historia en 1965, cuando Frank Herbert la publicó por primera vez, era muy diferente al que podría dársele ahora. De todas formas, a pesar de la gran película que hizo David Lynch, mi consejo es que se lea el libro. Puede ayudar a comprender el mundo actual mejor que los noticiarios.

En la anterior ocasión ya atacamos una escena de la saga de “la guerra de las galaxias”, así que para no repetirme tan pronto me voy a otra guerra del mismo año (1977): La guerra de papá. Me parece oír al entrañable Alfonso Sánchez con su voz nasal diciendo: esta es una película española de Antonio Mercero, basada en la novela de Miguel Delibes “El príncipe destronado”. El eje central de la historia es el pequeño de la familia, Quico, con cuatro años (uno menos que Shin Chan) que deja de serlo cuando nace una hermanita. Es una familia acomodada donde el padre es un veterano del bando nacional que no duda en recordar su patriótica victoria para ejercer su autoridad. Las travesuras del príncipe, ahora destronado, para mantener la atención de sus padres, que parece haberse desviado hacia su hermanita, dan origen el título de la película. La travesura que muestra toda la ternura de esa guerra es cuando el chavalín hace creer a su madre que se ha tragado un clavo. Logra la atención materna que lo lleva al médico, pero este sumarialmente le receta mucha fibra y en especial sus odiados espárragos, para que envuelva al objeto extraño y salga sin dañar ningún órgano. Cuando su madre está a punto de hacerle comer un plato de espárragos Quico deja caer ruidosamente el tornillo al suelo.

Hoy, tal vez sea una película algo anacrónica, entonces en medio de la aburrida avalancha de cine de destape anoréxico de ideas, supuso una bocanada de aire fresco. Al año siguiente Mercero (también director de “La cabina” y “Farmacia de guardia”) puso a Lolo García, el Quico de esta, a hacer el papel de un ángel en el film Tobi. Ya no tuvo tanto éxito, solo atrajo a algunas amas de casa enternecidas por la carita de este niño.

Para no alargarnos mucho lo dejaremos aquí… por ahora.

Imagen extraída de www.estrenosgo.com

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