Figuras
Javi estaba molesto con su padre porque no le había dejado
poner el musgo en el belén como otros años. De hecho había muy poco. El corcho,
la harina y el serrín, dominaban sobre el verde este año. Desde que se habían
puesto normativas restrictivas para la recolección del musgo en el monte su
precio subía un año tras otro. En las tiendas, además, el musgo era de peor
calidad, también eso se hacía más patente de año en año.
Como había poco, el musgo enseguida estuvo puesto. Los
detalles del río eran algo más rápidos pues este era el mismo cada año. La
diferencia era que antes las riberas eran verdes y ahora este color escaseaba.
Puestos el puente y las piedras, el padre le dijo a Javi que podía empezar a
poner las figuritas. Como siempre, la atenta mirada del abuelo, murmurando
historias sobre cada personaje que el nieto colocaba, aquí y allí, le daba más
vida a aquel escenario de la que tendría en todas las navidades. Con algunos
personajes, como el pastor que llevaba un parche en un ojo, el chaval se
entretenía lo suficiente como para que el viejo hilvanara un cuento completo.
Pero tampoco está vez permitiría que su abuelo narrara el final. A Javi le
gustaban los relatos más obscuros y su abuelo se empeñaba en buscarles un buen
final, así que cuando los acontecimientos de la historia giraban hacia el
bondadoso final que aquel escenario exigía, Javi colocaba la figura en el lugar
que ya tenía pensado desde el principio y tomaba una nueva entre sus dedos.
Después de dos horas colocando el casi centenar de
personajes y animales, ya solo quedaban los Reyes Magos.
-¿Sabías que los Reyes Magos eran en realidad cuatro? –Dijo
el abuelo para sorprender a Javi-.
Por un momento el nieto, con el camello de Melchor en las
manos, tuvo un asomo de duda. Javi ya tenía once años. Su abuelo le había
contado muchas veces la historia de los Reyes Magos, pero esto era nuevo.
-¿Cuatro? –Preguntó intentando dominar su sorpresa-.
-Sí.
Sonrió mirando a su nieto directamente a los ojos en una
pausa que al pequeño le pareció eterna. Una pausa que le sirvió para evaluar si
Javi ya era lo suficientemente grande para escuchar la historia que le quería
contar. Entre sus pensamientos estaba la conciencia de que el año próximo, con
doce años, tal vez ya no prestara atención a las historias del belén. Quizá,
incluso, prefiriese ir a dar una vuelta con los amigos el día que tocara de
nuevo esta tradición familiar. Sí, estaba seguro. Era el momento. Ahora o
nunca.
Once upon a time
Cuando celebramos la vida, pasión y muerte de Jesús, creemos
estar siguiendo las llamadas sagradas escrituras, pero en realidad los cuentos
populares que engalanan nuestras fiestas, mayoritariamente, no están reflejados
en ellas. Porque las sagradas escrituras no son más que unos textos
seleccionados de entre muchos, que sí cuentan esas historias, por los príncipes
de la iglesia en los albores de la Edad Media y en lo que se llamó el Concilio
de Nicea. Los textos seleccionados fueron incluidos en el Nuevo Testamento y
los descartados fueron proscritos. Incluso algunos de esos otros textos,
conocidos hoy como evangelios apócrifos, fueron destruidos y ya nada sabemos de
ellos salvo por la tradición popular o por algún descubrimiento arqueológico
como los manuscritos del Mar Muerto.
Hablan algunos de esos textos de los Reyes Magos, pero
cuentan historias que, en ocasiones, se contradicen unas con otras. En una de
ellas explica que los Magos eran eruditos salidos de la biblioteca de
Alejandría y que, cuatro de ellos, por su sangre principesca, fueron conocidos
como los Reyes Magos. Baltasar era un príncipe Abisinio cuya familia vivía en
la corte de los faraones desde que estos conquistaran sus territorios y que bajo el yugo romano solo les quedaba la
salida del estudio para conservar su estatus. El asirio Gaspar, perteneciente a
una dinastía expulsada del poder en
tiempos de Alejandro y que se dedicó a la conquista del conocimiento. El
macedonio Melchor, el más joven de todos, enviado por su familia lejos de los
abusos que la corrupta Pax Romana cometía en su país. Pero existía también un
príncipe parto que aún esperaba recuperar el poder en sus tierras donde feroces
arqueros a caballo esperaban el momento de sublevarse contra Roma, y él,
Artabán, sería su rey.
Por aquellas fechas la palabra de Zarathustra aún tenía un
fuerte eco en todo lo que había sido el imperio persa y Artabán conocía bien la
nueva versión del mazdeísmo que chocaba frontalmente con el afán bélico de su
Partia natal. Si el mazdeísmo le imponía dudas, sus estudios en Alejandría no
supusieron un desahogo para los mismos, por eso cuando conoció la profecía una
llama se encendió en su interior, aunque sabía que ya nunca sería el liberador
de su país, por lo que renunció a sus derechos al trono.
Cuenta Henry van Dyke, que él fue el primero en descubrir el
cometa y que mandó llamar a los otros cuatro Reyes Magos al zigurat de Borsippa
para, desde allí, iniciar juntos el camino para seguir la nueva estrella. Oro,
incienso y mirra, llevaban los tres reyes, y el cuarto otros tres regalos más
dignos de su realeza: un diamante, un rubí y un jaspe. Pero en el viaje toparon
con una caravana atacada por bandidos. Allí, en el desierto, enterraron a los
muertos mientras los supervivientes se fueron con Melchor, Gaspar y Baltasar.
En cambio, como había un viejo agonizante, que había sido el comerciante jefe
de la caravana y que no hubiese
soportado el viaje, Artabán se quedó con él. Las grandes dotes médicas del Mago
hicieron el milagro de la sanación, pero no conforme con su buena obra, dio al
viejo el diamante para que recobrara su caravana. Pero para entonces Artabán ya
llevaba tanto retraso que nunca alcanzó a sus compañeros. Cuando llegó a Judea,
en lugar de las alabanzas por el nuevo Mesías, se encontró a soldados de
Herodes marchando de casa en casa y acabando con las vidas de todos los niños.
Usando el rubí intentó sobornar a los soldados para salvar algunas vidas, pero
acabó siendo detenido por ello.
Tras treinta años en los calabozos de Judea, salió como un
viejo y terminó vagando por las calles de Jerusalén como un mendigo. En esas,
mientras reclamaba unas monedas o un mendrugo de pan, entre los puestos del
mercado (no quería deshacerse del último regalo para su Rey), escuchó, por
primera vez, hablar de los prodigios de un hombre que se hacía llamar el hijo
de Dios. Durante semanas y meses oyó hablar del Mesías haciendo milagros a un
lado y otro del país, dirigiendo sus palabras de paz y amor a un pueblo marcado
por el odio y la conquista. Artabán quería verlo, quería oírlo y quería darle
el último regalo que aún guardaba par él: el trozo de jaspe. Cuando supo de la
llegada del Mesías a Jerusalén, ya era tarde. Jesús se encontraba preso e iba a
ser condenado a la crucifixión. Así encaminó sus pasos hacia el Gólgota, pero
tuvo que atravesar el mercado y allí se topó con el drama de un padre que
subastaba a su hija para pagar las deudas. Lo peor de la ciudad babeaba de
lujuria mientras hacían miserables ofertas que aumentaban el dramatismo de la
escena. Otra vez Artabán se alejaría de su objetivo anteponiendo sus
principios. Así compró, con el trozo de jaspe a la joven muchacha y, aunque la
devolvió a su familia, junto al resto del valor del jaspe, le recordó al padre que desde ese
momento era solo suya y que respondía ante él de lo que a ella le ocurriera.
Cuando quiso retomar su camino el cielo se oscureció y el suelo tiembló. El
Mesías había muerto sin que Artabán alcanzara a verlo. Los temblores arrancaron
piedras de las casas y una alcanzó al Mago que cayó semiinconsciente. En ese
estado se le apareció Jesús diciendole: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de
beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron
prisionero y me liberaste”. Alucinado y confuso preguntó que cuándo hizo él
eso. Y Jesús le contestó: “Lo que hiciste por tus hermanos, lo hiciste por mí”. Por eso
Arcabán acompañó a Jesús en aquel ascenso a los cielos, y al llegar dijo:
“Padre, he aquí un amigo”.
El
niño grande
Javi no había cortado a su abuelo ni una
sola vez durante toda la historia, pero ahora le miraba de reojo.
-¿Te lo has inventado?
-No, solo lo he pintado de colores.
-¿Y qué colores tenía, abuelo? –Javi
intentaba no reírse, sabía que su abuelo nunca le mentiría, pero tampoco le
dejaría las cosas suficientemente claras-.
El abuelo también rió y hubo una guerra de
cosquillas. Posiblemente la última de la infancia de Javi. Después, durante la
cena, su abuelo le habló de Henry van Dyke, que creó la historia
de Artabán, de los evangelios apócrifos, de la tradición… El padre, la madre,
la abuela y hasta su hermana mayor contaron cosas que sabían de todo ello. Tal
vez por eso Javi guardó para siempre aquella historia en su memoria.
Pasaron aquellas navidades y pasó un año entero. El domingo
después de Santa Lucía volvieron a montar el belén, pero esta vez solo el padre
y el abuelo. Javi se había ido a jugar a futbol con sus amigos. Cuando el
abuelo cogió entre sus manos el camello de Melchor se acordó de Javi y la
guerra de cosquillas del año anterior y murmuró:
-Hay que ver cómo crecen.
-¿Los Reyes Magos, papá?
Ambos sonrieron y el viejo acarició el mentón de su hijo.
A la mañana siguiente, cuando Javi ya se había marchado al
colegio, el abuelo fue a darle un vistazo al belén y, de paso, adelantar un
poco la posición de los tres reyes camino del portal. Fue entonces cuando se
percató, en uno de los arenales de serrín de un grupo de figuras nuevas. Eran
un nuevo Rey Mago junto a un viejo echado en una manta. Esas figuras no eran
estándar. Entonces recordó que su nieto se había inscrito el verano anterior en
un taller de cerámica. Al parecer llevaba mucho tiempo planeándolo, por eso no
pudo evitar que una lágrima amenazara con desbordarse por su cara. Recuperó la
compostura y se marchó al centro comercial para comprar aquellas botas de
fútbol tan chillonas que Javi le enseñó el fin de semana anterior. Después de
todo, de Reyes Magos no solo había tres.
Imagen de
Henry van Dyke tomada de la wikipedia. El creó la historia original de Arkabán,
aunque en los evangelios apócrifos y otros textos menores de la antigüedad
aparecen más historias de Reyes Magos, y en alguna se dice, incluso, que fueron 100.
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