El matrimonio Pérez no paraba de gritarse. Los niños
asustados permanecían con los ojos muy abiertos en el sofá. No se atrevían a
levantarse para acercarse a sus juguetes. Sus padres jamás les habrían tocado,
pero era imposible eliminar la creencia de que si permanecían muy quietos y
portándose bien, aquello pasaría y sus padres volverían a quererse como meses
atrás.
Serafín y Elvira nunca habían dejado de quererse, pero no
estaban preparados para asumir que su vida se había ido a la mierda. Que sus
años de grandes beneficios acabaron repentinamente unos meses antes y aquel
pisito que les obligaba su nuevo estatus era ahora una pesa que les hundía en
el lago de la desesperanza. Cuando vieron a sus hijos con los ojos abiertos por
el miedo, sentados en aquel sofá de diseño, volvieron a la realidad. Primero
fue Elvira que se clavó en mitad de una de sus frases de reproche. Después fue
Serafín quien se atragantó con tanto sufrimiento. Por un momento volvieron las
necesidades de esperanza del pasado y los brazos de él juntaron con cariño a
toda su familia.
-¿Y si resistimos?
Los niños se levantaron al unísono, agarrándose a esa gota
de unidad, y gritando “sí” en total algarabía. Lo necesitaban. Todos los
necesitaban. Elvira miró a Serafín. Sabía que no podrían resistir. Ambos lo
sabían, pero por esos niños tendrían que hacerlo. Con lágrimas en los ojos
ambos sonrieron. Tenían veinticuatro horas antes de que se ejecutara la
hipoteca y tuvieran que irse a comer las uvas debajo de un puente.
-¿Cuánto dinero nos queda? –Pregunto Serafín pensativo-.
Juntaron hasta la última moneda y Elvira salió con Raquel,
la hija mayor, de solo once años, para comprar suministros. Entre tanto
Serafín, con la relativa colaboración de Javi y Edu, los dos pequeños, lavó
todas las botellas y envases con tapa que encontró, y los lavó y rellenó de
agua. Se preparaban para una resistencia numantina.
Elvira y Raquel tuvieron que recorrer seis manzanas para
llegar a uno de esos supermercados con productos en oferta. Tenían que buscar
productos básicos, de larga duración y que no necesitaran conservación
frigorífica ni demasiada elaboración. Era de esperar que les cortaran todos los
suministros para forzarlos a salir. Aquella compra necesitaba de una enorme
atención, sobre todo cuando el presupuesto era tan limitado. Tal vez por ello
no se percataron de que les observaban.
Ya en la caja, mientras Elvira pagaba y Raquel llenaba el
carro de la compra que habían traído, se acercó a la niña un jovenzuelo barbudo
que interrogó a la pequeña. Cuando Elvira miró el joven se marchó, pero se
percató de que la pequeña Raquel estaba a punto de llorar.
-¿Te ha hecho algo ese desarrapado?
No tuvo tiempo de esperar una respuesta porque la cajera le
estaba llamando la atención.
-Señora, que faltan sesenta y dos céntimos.
Elvira estaba muy nerviosa mientras manoseaba su monedero
vacío.
-Tenga, cóbrese.
La joven que había alargado aquel euro a la cajera no tenía
mejor aspecto que el desaliñado barbudo que hablaba con Raquel, pero la sonrisa
con que la miraba y, sobretodo, el euro que la cajera ya tenía en sus manos,
garantizaban que no quería hacerles ningún daño.
Cuando Elvira y Raquel llegaron a casa sorprendieron a
Serafín y los niños con una oleada de necesario optimismo. Aquel día, mientras
se preparaban para el mañana más oscuro, ya no hubo más reproches.
El día treinta y uno de diciembre amaneció plomizo, con
aquella pesadez tan típica de los días de frío invernal. Serafín, que llevaba
levantado desde mucho antes de que la primera luz natural fuera capaz de
adivinarse entre la capa de nubes, había puesto la calefacción a tope. “Aprovecharemos
mientras aún hay suministro de gas”, pensó. Elvira se levantó con las primeras
luces y a los niños los despertó a las nueve y con el desayuno ya puesto en la
mesa del comedor. En todo ese tiempo no habían tenido noticias de los juzgados,
pero sabían que la ejecución de su hipoteca sería inminente.
Para quien aún no lo sepa, la ejecución de una hipoteca
quiere decir dejar a toda una familia, con padre, madre, niños y en ocasiones
hasta ancianos, sin un techo porque el banco, que un día les concedió un
préstamo, ahora, al llevar varias mensualidades sin cobrar (menos de las que se
puedan imaginar) lo expulsa judicialmente del piso. En un país tan capitalista
como Estados Unidos, eso significaría que, aunque la familia se quedaría sin un
sitio para vivir, la deuda quedaría saldada, pero en España no. En el año 2002
Serafín y Elvira pidieron un préstamo de treinta millones de pesetas (unos 180.000 euros) para comprar este piso de
cuarenta y al que los servicios del banco tasaron en cuarenta y cinco. Para la
obtención del préstamo los padres de ambos tuvieron que avalarles. Hoy les embargarán,
constando que el piso solo vale 100.000 euros que se restarán del capital
pendiente, pero Serafín y Elvira, ya sin techo, aún deberán al banco lo que
resta del capital más los intereses adeudados, más los intereses creados por
impago de la deuda. En total aún deberán casi otros 100.000 euros. Como el
banco pretenderá cobrar de inmediato, a continuación procederá a solicitar la
deuda a los avalistas que, como seguramente viven en pisos antiguos, podrá
embargar impunemente. Al final puede
darse el caso de que siga existiendo una deuda pendiente tras dejar en la calle
a tres familias y haber embargado por un montante original de 150 millones de
pesetas del año 2002, más 80.000 euros en cuotas, por lo que solo fue un préstamo
de 180.000 euros. Y en todo este proceso el banco aún manifestará haber perdido
dinero.
Bueno, eso es lo que en esencia se denomina ejecutar una
hipoteca. El proceso concluye cuando un juez, acompañado de miembros del orden
público, expulsan a los habitantes de un domicilio y sellan este declarándolo
propiedad de la entidad bancaria demandante. Es exactamente, pues, lo mismo que
desahucio, lo que pasa es que cuando el ministro de economía dice en la tele
que en España se ha llevado a cabo ese mes 10.000 ejecuciones de hipoteca,
cuesta imaginarse a 10.000 familias, unas cuarenta mil personas (muchas más de
las que caben en la mayoría de campos de fútbol de primera división) vagando
sin un techo que les cubra. Si en lugar
de ejecución de hipoteca usara los términos embargo o desahucio, no sé si
tendríamos esa imagen, pero seguro que nos acercaríamos más a ella. Los
eufemismos son muy útiles para no crear alarma más allá de donde conviene. Y
ahora y siempre, e nuestro país, no conviene que los bancos pierdan dinero,
pues estos financian a los partidos políticos y no hay que dar lugar a la
ejecución de esos préstamos. Si alguna vez quieren saber qué partidos se deben
a esos préstamos solo se han de fijar en la cantidad de publicidad que unos y
otros tienen en los medios. Al final ya se puede ver quién paga.
Para ejecutar cualquier hipoteca hace falta la actuación de
un juez. Su señoría debe desplazarse al domicilio y pedir a los ocupantes que
lo desalojen, como es sabido que hay la fea costumbre de no querer abandona el
hogar de buen grado, ese juez se rodea de varios números de la policía judicial.
En Catalunya, donde viven Serafín y Elvira, esa policía son los Mossos d’Esquadra,
en el país vasco la Ertzaina y en el resto de España es la Policía Nacional.
Sin embargo, es posible que en algunas poblaciones, para evitar aglomeraciones
en el entorno, sean acompañados por la Guardia Urbana.
En el estado de Nueva York, en el lejano país capitalista de
los Estados Unidos de América, existen dos jueces (seguramente son más) que
tienen muy claro que lo más sagrado que existe para una familia es su vivienda.
Por eso cuando un banco les demanda la ejecución de cualquier hipoteca, buscan
el más mínimo término de ambigüedad o falta de claridad para rechazar la
petición. Y eso en un país en que, como hemos visto, existe la “dación en pago”.
De este modo las ejecuciones de
hipotecas se reducen mucho en aquel estado y hacen que las entidades bancarias
sean un poco más responsables a la hora de expulsar familias de sus domicilios.
Curiosamente en nuestro país, donde las familias están mucho más desvalidas
frente a los gigantes bancarios, los jueces han creado procedimientos para
abreviar el proceso de las ejecuciones hipotecarias. Es decir, al contrario de
lo que sucede en EE.UU. aquí los jueces están claramente del lado del más
fuerte, exactamente igual que los políticos.
Visto esto no es muy probable que en nuestro país se apruebe
una medida tan racional como la dación en pago. La pérdida de valor de las
propiedades inmobiliarias es algo que debe asumir totalmente el adquiridor. De nada
valió que el día que se tuvo que pedir la hipoteca el banco le obligara a pagar
los gastos de un tasador. Un tasador que dio un valor a la propiedad, como
mínimo, un 20% por encima del valor del préstamo, pues así estaba establecido
por ley. Claro, que algunas entidades bancarias, presuponiendo que el valor de
las propiedades no bajaría, daban el 100%, e incluso más para que el cliente
adquiriera un coche, amueblara el piso e hiciera el viaje de novios a cargo de
la hipoteca. Todo eso se suponía que el banco lo asumía por el valor del piso y
la incontable cantidad de gastos inventados que cobraba alrededor de esa
hipoteca. Pero no, el banco estaba pensando en otra cosa: en la impunidad que
legalmente tiene establecida y en la posibilidad de seguir cobrando aún después
de haber dejado al cliente sin nada. Es curioso que, sin embargo, en el más que
hipotético caso de quiebra de una entidad bancaria, sus dueños o ejecutivos, no
te devolverían ni un euro de cuanto tuvieses allí ingresado. Como mucho el
fondo de compensación del Banco de España te devolvería, hasta un máximo de
18.000 euros por cuenta de lo que tuvieras allí ingresado. El resto lo
perderías. “Afortunadamente” está claro que no va a quebrar ninguna entidad
bancaria, por lo menos mientras existan familias a las que ejecutarles
hipotecas.
Sobre las diez y media un coche de la guardia urbana paro
frente a la portería donde vivían los Pérez. Serafín no perdía detalle y vio
como tres agentes se bajaron del vehículo. Uno se situó en la escalera y los
otros se desplazaron hacia las dos esquinas de la manzana. El coche se colocó
en doble fila unos metros más allá. Diez minutos después llegó un coche de los
Mossos d’Esquadra que se quedó a la espera al otro lado de la calle. Serafín
sabía que de un momento a otro llegaría el juez. Elvira había preparado varias
bolsas para llevarse todo lo que pudieran y lloraba en silencio aferrada a sus
niños, todos muy quietos, en el sofá. Entre tanto, Serafín temblaba de ansiedad
mirando desde la terraza como se preparaba su Fin de Año. Pero, cuando todo
parecía perdido, un grupo de unas cuarenta personas, con una pancarta a la
cabeza, llegó corriendo hasta la escalera.
-¡Banqueros ladrones!... ¡No más desahucios!... ¡Familias en
la calle, quiebra social!... ¡Jueces o verdugos!
Los gritos eran muchos y muy variados, pero ante todo eran
un enfrentamiento a aquel absurdo proceder de la banca, la justicia y el Estado.
¿De qué sirve un Estado que no está al servicio de sus ciudadanos?
Lentamente, como si a cámara lenta se tratara, el vehículo
del juez, rodeado por otros dos de los Mossos d’Escuadra, llegó a las
proximidades del edificio. En ese momento un grupo de unos cuarenta jubilados
del casal de dos manzanas más arriba, se unió a la cuarentena de personas,
mayoritariamente jóvenes del movimiento 15M, que ya estaban bloqueando el paso
al juez. Este, por cierto, ni siquiera había hecho ademán de salir del coche.
Así se mantuvo todo hasta poco antes del mediodía cuando llegaron dos
furgonetas de antidisturbios. Enseguida salieron e intentaron crear un pasillo
para que pasara el juez.
-No, no, no nos moverán… -cantaban los más viejos-.
Cuando parecía que se lograba abrir ese pasillo, de no se
sabe bien donde, aparecieron otro medio centenar de manifestantes que colapsaron
ese pasillo. Entonces los Mossos intentaron cargar contra el tumulto, pero su
falta de mesura acabo con dos números cayendo encima del juez que se lesionó el
pie. Los antidisturbios aún intentaron dos ataques contra los manifestantes en
que lesionaron a varios individuos, entre ellos dos ancianos, pero todo había
acabado. Minutos después cuatro ambulancias se llevaron a los heridos, entre
ellos el juez. Al final ninguno de los lesionados lo fue de gravedad y unas
horas después ya estaban en la calle. Incluido el juez que volvió a su casa con
un vendaje compresivo para su esguince de tobillo de grado 2.
Aquella noche una veintena de jóvenes celebraron el nuevo
año en casa de los Pérez que, por fin, entendieron el significado del 15M.
Poco después de las doce campanadas Serafín recibió una
llamada en que un particular se hacía cargo de la deuda del piso con el
compromiso de cedérselo por un alquiles asequible durante los próximos cuatro
años. Perderían el piso, pero tendrían un techo y ya no deberían nada al banco.
Empezaba bien el año. Posiblemente serían más pobres, pero también más felices.
Si las cosas marcharían mejor o peor solo el futuro lo diría, pero volvían a
ser sus propios amos.
¡Feliz Año Nuevo!
Imagen tomada
de www.eturismoviajes.com
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