Diciembre, entre los nervios porque empezábamos a vislumbrar que algo no demasiado bueno empezaba a pasar con nuestro libro, mantuve la actividad en “La última frontera”. Dos textos destacan, desde mi punto de vista, sobre los demás. El primero era una crítica esencial al trabajo en equipo y a la persecución a los valores personales que hay en la sociedad en general y en la empresa en particular y que llevaba como título: “La fuerza del individuo”. El segundo, titulado “El banco vacío” era un texto mucho más literario que me gustaría que fuese, en cierta medida, una sorpresa para quien se atreva a leerlo.
La fuerza del individuo.
Precisamente ahora que nos están vendiendo el trabajo en equipo es cuando se evidencia el valor del individuo como tal. La prueba son los líderes cuya labor organizativa difícilmente pueden compartir o delegar. Es un trabajo individual donde las capacidades de este son esenciales para los demás.
Otro campo, el de la creatividad, también ha sido invadido por esta manía del trabajo en equipo. Casi todos hemos oído hablar del “brainstorming”, una fórmula, según la cual, los individuos van aportando sus ocurrencias y seleccionando las más acordes con lo deseado. Es un método muy habitual en publicidad, pero realmente está demostrado que, en la mayoría de los casos, dos individuos llevan la mayoría de la creación, uno que arranca las ideas preferidas del líder y el líder que las selecciona en primer lugar. Al final un tercero que también puede ser uno de los anteriores, termina de dar forma al proyecto en solitario, delegando o no funciones, pero, en definitiva, demostrando el valor del individuo por encima del grupo.
En general, las empresas de hoy día, buscan la opción del trabajo en equipo para coordinar una maquinaria burocrática que se les va de las manos. Desgraciadamente deben darle una concepción preeminente, ya sea del tipo técnico o del comercial. Está clarísimo que, conocidas las ideas de los directivos de hoy en día, esa concepción es totalmente comercial y, como resultado, se monta una burocracia sobre otra burocracia y donde la hipocresía es la herramienta de comunicación y el lenguaje es ese que ya conocemos, tan lleno de metáforas, eufemismos y tecnicismos que realmente no contienen casi información. De esta forma, las empresas de hoy en día venden aire al precio de oro, procuran vender lo más caro posible, el producto con un valor de producción más bajo posible y pagando a sus empleados el mínimo posible. Para la empresa sólo el alto ejecutivo tiene valor, sin aportar nada real al cliente él se hace acreedor de unas nóminas astronómicas, difícilmente justificables, gane o pierda la empresa, por lo que hay otra figura, el accionista, al que también debe o engañársele o hacerle cómplice de esa amoralidad.
El trabajo en grupo significa una preocupación más para el individuo trabajador que además de preocuparse de sus tareas pasa a tener que preocuparse de la de sus compañeros y de las tareas de comunicación y, con este esfuerzo extra, pierde de vista la imagen global de su tarea y de la empresa para la que opera. En este ámbito se venden hábilmente ideas como la de trabajar más horas y dedicar todo el tiempo a la empresa. El trabajo en grupo termina por ser una competencia descarnada entre lo políticamente correcto y la trabanqueta brutal.
--Señor Martínez la productividad de su departamento es muy baja.
--Señores Pérez y Gómez, sus departamentos están debilitando las sinergias del conjunto de la empresa.
--Señor García, asertividad… asertividad y déjese de romances y chirigotas.
--Señores, tenemos que regular el absentismo laboral que nos hace perder millones cada año.
En cada uno de estos mensajes se oculta otro que no se puede decir directamente. Cuando a Martínez le dicen que la productividad de su departamento es baja, le están diciendo que se deshaga de los empleado de más edad y para ello debe usar los métodos que convenga, el mobbing está servido. Pérez y Gómez reciben su tirón de orejas porque están picados el uno con el otro, mientras a García le están diciendo que no piense, que haga lo que le dicen desde arriba, que lo que su departamento hace no es importante, lo importante es lo que dicen los directivos. Y ya, la última frase, la favorita de los directivos y empresarios en general: los empleados no trabajan, no se ponen enfermos, huyen de sus responsabilidades, según ellos, todo trabajador debería morir por la empresa, su vida privada, su ser, el individuo, no tiene valor, sólo la empresa. Los directivos nunca se plantean las razones de ese absentismo, es más, jamás se plantean que ellos son los únicos y verdaderos responsables de cualquier mal funcionamiento de la empresa… y si se lo plantean, lo ocultan muy bien.
Se imaginan ahora que, de repente, todos los empleados de una empresa determinada, empezaran a pensar por sí mismos, sin la influencia de nada ni nadie y menos aún de la empresa o de sus secuaces los sindicatos… Obviamente no actuarían a un tiempo, pero llegarían, mayoritariamente, a las mismas y sorprendentes conclusiones que harían peligrar a los falsos líderes.
Sí señores, los sindicatos, a pesar de que sus miembros de base están convencidos de lo contrario, son una herramienta de la empresa. Cada cuatro años se les vota y los cuatro años que siguen son iguales. Arrastran a los trabajadores a huelgas que, al final, no representan una mejora para los trabajadores, se pelean continuamente entre ellos y, sólo de vez en cuando, aportan algo al conjunto de individuos a los que teóricamente representan.
Para unos y otros, el individuo no cuenta, y ya no hablemos de los partidos políticos y de las instituciones. A menudo se quejan del elevado índice de abstención, pero nunca se plantean de, hasta que punto, el abstencionista piensa que todo aquello no va con él, del insignificante valor de su voto, porque gane quien gane, el que lo haga seguirá ignorando su valor como individuo.
Dos personas no pueden pensar de la misma manera siempre que piensen de verdad. Si dos personas piensan de la misma forma quiere decir que o bien una se está dejando llevar por los pensamientos de la otra o bien ambas lo hacen de una tercera. De ahí se puede extraer que las masas que se dejan arrastrar por un ideal son imbéciles, por tanto la política de banderas, de dogmas, de “slogans”, de grandilocuencias… es una política para imbéciles. Por ello, un país donde se haga así la política medirá su nivel de inteligencia por el abstencionismo y por su individualidad.
Bueno… ocasionalmente el pensamiento de dos personas, independientemente puede coincidir y, además, el diálogo puede llevar a coincidencias, pero cuando se juntan masas, especialmente violentas, su pensamiento sólo puede ser inducido porque la masa es idiota e incapaz de pensar. Para inducir esos pensamientos se debe acudir a los deseos y a una excusa para los más vergonzosos de estos, de ahí que dentro de la masa los actos violentos parezcan naturales.
En un mundo de masas y trabajos en equipo el individuo se disuelve… ¿Se disuelve? ¿Quién inventa las masas? ¿Quién se aprovecha del trabajo en grupo?
Cuando en los informativos vemos individuos representando a grupos, firmando acuerdos, nos damos cuenta de que la masa, el equipo no es más que la base de una pirámide donde dominan individuos que no desean competencias ni injerencias por eso agrupan a los demás impidiendo a los individuos sobresalir del resto de la masa. Si un individuo domina al grupo al margen del líder se establece una batalla virtual entre ellos en que ocasionalmente el nuevo individuo puede usurpar la posición del líder, pero generalmente se le expulsa. En cualquier caso, la relaciones entre individuos son imposibles e prever y tienen infinitas posibilidades de solución, no obstante, los lideres desean tener controlado al resto de su grupo por ello debe reducirlos a equipos o masas, porque en el momento en que se comportan como individuos adquieren un mayor poder sobre él. Así se demuestra que el individuo es más poderoso que el grupo y que la masa. Sin embargo, somos muchos los que hemos recibido cursos sobre la excelencia del trabajo en equipo donde se nos muestra la mayor efectividad de ese tipo de conjunción de esfuerzos, pero la pregunta que nunca se contesta es: ¿a quién beneficia ese trabajo? Desde luego el individuo no se beneficia y sólo ocasionalmente l infraestructura a la que el grupo pertenece, pero quien realmente se beneficia siempre es el líder. De este modo, aunque la infraestructura se desarrolle sin problemas, el líder sabe siempre si ha fallado el trabajo en grupo porque le afecta directamente.
Un grupo de individuos, posiblemente no son capaces de aunar sus esfuerzos en una misma dirección, pero pueden encontrar la manera de apoyarse y no perjudicarse realizando un trabajo más agradable para ellos y efectivo en todas las direcciones. En contraposición, el trabajo en grupo que elimina a los individuos, trabaja en una sola dirección generando un enorme empuje en esa exclusiva dirección, sin embargo, su capacidad de reacción cuando el líder falla es totalmente nula.
El grupo no puede crecer una vez establecido, en cambio, los individuos siguen creciendo con su experiencia y aprendizaje. Mientras el grupo siempre funciona al máximo, el conjunto de individuos siempre puede mejorar, siendo las capacidades de sus individuos su gran valor, pero ese crecimiento puede ser una amenaza para sus líderes que están obligados a crecer en la misma medida o buscar nuevas formas de relación. Seguro que todos hemos escuchado aquel joven que va a buscar un empleo y dice que está en tal curso de tal carrera, los empleadores se muestran encantados con el valor del muchacho, pero cuando este manifiesta que desea acabar la carrera que tiene a medias, algunos de los entrevistadores se cierran repentinamente desaconsejando la contratación. Esa evidente perspectiva de crecimiento individual supone una amenaza para los líderes, el muchacho aún no ha sido asimilado por el grupo y no saben si puede instituirse en líder y hacer peligrar el cargo de su superior.
El orgullo más barato es el orgullo nacional, que delata en quien lo siente la ausencia de cualidades individuales de las que pudiera enorgullecerse.
Son palabras de Goethe, para el escritor alemán era obvio el valor del individuo. Él ya había sido testigo de cómo la palabra patriotismo había avergonzado a las personas hasta incapacitarlas para obrar como su razón les dictaba. Hoy somos testigos de cómo semejantes mensajes viscerales nos impelen a formar parte de la masa y nos señalan con el dedo cuando intentamos tomar consciencia de nuestro entorno y pensar por nosotros mismos. Tan triunfal es la marcha de este elemento aglutinador de masas que ahora las empresas han inventado el orgullo grupal en la figura del trabajo en equipo. Es un invento de los norteamericanos a finales de los sesenta, pero su efecto es tan demoledoramente eficaz para los ejecutivos empresariales que hoy no hay rincón del mundo donde no se utilice, incluidos los grupos terroristas como Al-Qaeda, ETA o guerrillas como las FARC, recurren a estos eficaces métodos de despersonalización de los individuos, aso sí, combinándolas con las prácticas de desvinculación de la culpa practicadas por las SS de la Alemania nazi.
El mundo da muchas vueltas y los métodos son, cada vez, más eficaces, sin embargo, la orientación es siempre la misma. Nuestra responsabilidad y nuestra lucha es mantener la conciencia individual de nuestros pensamientos y nuestros actos. Ellos, mientras nos tengan juntos nos controlarán y controlarán al mundo, pero si mantenemos nuestra mente abierta y sabemos pensar con independencia, si nos mantenemos unidamente desunidos, salvaremos al mundo. La fuerza del individuo es el mayor temor de los megalómanos que controlan nuestras vidas… ¡démosles una buena dosis!
Recordarlo siempre… la unión hace su fuerza, el pensamiento libre la nuestra.
Espero no haber saturado vuestras neuronas con el apelotonamiento de ideas porque me gustaría que pudieseis disfrutar del cariño que puse en el texto que ahora sigue.
El banco vacío.
-Hoy el banco del parque está vacío por fin.
-¡Calla! Esta mañana se lo llevaron en un furgón de esos de la policía.
-¿Detenido? Pero si era un pobre anciano que no tenía fuerzas para dañar a nadie.
-¡No! De esos no. De los que se llevan los cadáveres. Además, no era tan viejo.
-Pues parecía un anciano y casi no le quedaban dientes.
-La calle envejece mucho. No tendría ni cincuenta.
-También se han llevado su carrito y todas sus cosas.
-No querrán que tenga herederos.
-¡Pobre hombre!
-¡Sí! ¡Pobre hombre!
-¿Desayunamos?...
Esperaba una carta, un recuerdo, algo que me ayudara a no olvidarte, pero sólo tenía mil caras anónimas pasando a mi lado con un mohín de asco que, dos pasos más adelante, ya me habían olvidado.
Tampoco debía ser tan importante. Como me iba a llegar una carta tuya sin una dirección a donde enviarla. Quizá por ello miraba a todos cuantos desafiaban a sus tripas mirándome a la cara, buscando tus ojos detrás de los suyos. Pero sólo veía vacios. Vacíos y ascos.
Muy de tarde en tarde algún tarambana me soltaba una palabra soez, un insulto, una definición que acertaba más con su persona que con la mía. Entre la multitud, finalmente se desvanecía. Tan solo una vez la cosa fue a más cuando un grupo de adolescentes, más borrachos que mi alma marchita, se liaron a patadas con mis cosas y alguno de aquellos golpes se perdió entre mis costillas. Afortunadamente la policía acudió deprisa y los sacó de allí. No sé qué sería de ellos, pero a mí me toco engañar a los urbanos que pretendían llevarme al albergue.
No todo es malo, también hay algún alma caritativa que te da algo de ropa, un bocadillo e incluso algunas monedillas para mi eterno tetrabrik de vinillo que, mezclado con agua de la fuente, le da un poco de alegría a la vida.
Aún sigo esperando tu carta. Esa que nunca escribiste… que nunca escribirás porque no me conoces. Además, ya no sé si sé leer, pero aún puedo soñar. De hecho, los sueños son lo único que no me ha abandonado desde que perdí la chaveta. No sé quién soy, ni por qué estoy así, pero cada vez que sueño te veo a ti. No sé quién eres y sin embargo eres lo único que me hace saber que sigo vivo.
Oscurece y sale mucho vaho de mi boca. La manta parece que no abriga nada. He llenado toda mi ropa de periódicos viejos, pero nada, sigue haciendo frío. Acurrucado en el banco del parque no paro de temblar y, encima, una lluvia fina, casi invisible, está empapándolo todo de humedad. Incluso parece traspasar los plásticos.
Hace un rato vino una pareja mayor, muy bien hablados ellos, a invitarme a su casa, la cena de Nochebuena, pero yo no podía dejar mis cosas abandonadas. Les dije que no. Ellos insistieron y yo les mandé a la mierda. Antes les miré a los ojos, pero tú no estabas.
Vuelvo a soñar. Lo hago bien. No me hace falta siquiera dormir, pero sé que sueño porque te veo a ti con una dulce sonrisa que aplaca todas mis iras, todos mis odios, todos mis tristes ayeres olvidados. Hoy sonríes con más brillo que nunca y tus ojos son más reales que nunca. Estoy a punto de sentirme alegre cuando, de repente, me acuerdo de todo. A pasado media vida y, sin embargo, estas de nuevo en tu lecho de muerte. El niño no nació, pero arrastró tus ovarios fuera en una hemorragia incontenible. Tu cara es pálida, tus ojos se apagan en un adiós y siento como mis labios se pegan a un cuerpo que ha dejado de resistirse a la muerte. Ahora sé la razón de mi olvido, pero ya no me importa porque estas de nuevo conmigo y tu sonrisa está viva. Sé que ahora mis labios no se quebrarán en la locura.
Ya no siento el frío. Ya no siento que me abandonaras. Ya no siento tristeza. Sólo siento el tiempo perdido embutido en esta pérfida nada. Y nada es lo que veo, nada que no seas tú. No siento nada que no seas tú. Hasta mi cuerpo hediondo ha desaparecido. Volveremos a ser felices.
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