La primavera del 2007 fue muy poco prolífica. Algún texto de crítica de actualidad que hoy, una vez pasada una veintena de meses, pierde parte de su sentido. Pero llegó el mes de Julio y llegaron tres perlas que deben tratarse por separado.
En primer lugar, el día 8 de Junio publiqué un cuentecito no exento de algún sentido del humor:
Don Severiano nos había pasado dos entradas de sombra para ver el mano a mano de Dominguín y Manolete y, aunque a mi hijo Ramiro no le gustaban los toros, pensé que de ésta seguro que lo aficionaba como me aficionó a mí mi padre. Desconocía la ganadería de los astados, pero dada la calidad del duelo a dirimir en la arena, estaba seguro de que no defraudarían.
Ramiro se resistió a venir a la plaza, decía no se qué de unos deberes, pero yo le dije que once años no son para ir con tantas obligaciones y que había que disfrutar. También insistió que tenía un partido de futbol y en que no quería ir y cuando ya dijo que los toros eran muy violentos… le solté un tortazo. No sé porqué lo hice, pero es que algo se me rompió dentro ¡Ojalá Dios me hubiera cortado la mano!
Me lo llevé por la fuerza y todo el camino llorando. Al llegar al quiosco del tío Fresneda le compré un “papelote” de esos del guerrero del antifaz, pero, aunque dejó de llorar, aún me miraba con los ojos húmedos suplicando que le dejara volver a casa.
Llegamos justos y no quedaban almohadillas. También regañé por eso a Ramiro. Pero no había tiempo que perder y nos sentamos en la cuarta bancada de sombra. Salieron la cuadrillas, hicieron la presentaciones y bien pronto estaba Dominguín presto a que el toque del clarín marcara la apertura del portón que ocultaba a su rival vacuno.
Y salió la fiera de nombre “Estirao”. Berrendo en negro, astifino y yo diría que algo bizco. Su cuerpo, más claro de lo acostumbrado, dejaba adivinar músculos portentosos. Las extremidades eran largas y las traseras especialmente fuertes. El bicho se paró al poco de salir y en lugar de embestir, levanto el cuello más de lo que nunca había visto levantarlo a otro toro, sin duda, de ahí venía el nombre de “Estirao”. El torero le tentó y la res parecía mansa, así que se acercó hasta casi tocarla y entonces ocurrió todo… y después nada.
Estirao se apartó del capote y se alejó del de él. Tomó carrerilla hacia el burladero que había más próximo a nosotros. El bicho parecía un tren sin control a punto de embestir las maderas, pero en el último instante levantó la cabeza como ningún otro toro podía hacer y le siguió todo el cuerpo. La plaza enmudeció mientras la musculosa bala sobrevolaba la barrera, traspasaba el callejón y se plantaba en las gradas. La sorprendida multitud empezó a huir despavorida, pero el bicho enganchó a un pobre tullido lanzándolo por los aires. Al tullido y a sus muletas, una de las cuales abrió de mala manera la cabeza de mi pobre hijo Ramiro.
¡Qué desgracia! ¡Qué mala estampa la mía!
¿Por qué dejarán que los tullidos vayan a las corridas?
Por aquellas fechas un amigo localizó a uno de esos plagiadores que incorpora su nombre a las obras de otros para… en este caso era para ligar… ligar con señoras mucho más mayores que él. Una treintena de autores plagiados nos pusimos en marcha para darle caza. Finalmente la red de contactos que dio acogida a su blog lo expulsó. No sin que antes hubiese sido puesto en evidencia por gran parte de las personas a quienes había robado sus textos.
En mi caso, siempre lo he dicho, no me importa que mis obras sean publicadas por la web siempre que se me reconozca la autoría. No soy ninguna estrella para cobrar por mis obras, pero de eso a que no se reconozca lo que hecho y que, encima, se lo adjudique otro, va un trecho nada pequeño.
Dentro de lo que cabe tuve suerte, sólo dos poemillas sin mucha sustancia fueron las victimas de aquel individuo. En lugar del artículo completo de denuncia que publiqué aquel 11 de Junio, me limitaré a recuperar aquí los dos poemillas que resultará algo más ligero:
Soneto XXVII
Tenemos un tiempo para vivir
y otro aún para gozar de la vida
la parte más importante y querida
y que nos inmortaliza al morir.
El amor perenne de cada día
aquí, padre nuestro, dánoslo hoy
pero no hundas esta nave en que voy
y hagas que toda culpa sea mía.
El reloj de arena ahora coloco,
arena de perdón sin casi altura
y es que todo lo bueno dura poco.
Y pronto llega la vida futura
y el terror de la risa de este loco
dejará seco el mar de mi cordura.
Despertador digital
Sin esfera,
sin agujas,
sin excusas
son las diez
¿Pero no lo ves?
¿Son cosa suya?
¡Iluminados!
¡Bien suyas!
(las diez y diez).
Sin esferas,
sin agujas,
sin cuerda y sin cinturón,
es un reloj de mesita
admiración de las visitas
(son las dos).
Con alarma
y sin campana.
Es de plástico
y no de vidrio.
Sin esferas,
sin agujas,
sin metal,
no hay más:
es digital,
un despertador más.
¿Habíais visto cosa igual?
Final:
son las tres.
El último artículo, publicado el 30 de Junio, era de opinión periodística sobre lo que podía suponer el día del orgullo gay. En principio hubiera pasado al olvido de no ser por los comentarios de la reina Sofía que la periodista Pilar Urbano publicó en el libro sobre esta que recientemente ha publicado y ha generado una enorme polémica. Hay otro detalle en el texto que puede escaparse después del tiempo y son algunas referencias solapadas a las manifestaciones que sábado sí y sábado también, colapsaban Madrid por aquel entonces inducidas por la “España Cañí”: Conferencia Episcopal, FAES, la parte ultra del PP, Foro de Ermua y otras entidades de corte “facha”.
Orgullo gay
El deseo de todo padre es que sus hijos sean felices, el problema llega cuando el concepto de felicidad es tan diferente de una persona a otra, de una generación a otra... de una definición u orientación sexual a otra. Por eso se produce ese enorme desasosiego cuando un hijo o hija confiesa su homosexualidad a sus progenitores. Siempre hay dudas y desconocimientos, pero el peor de todos es el que se identifica con un sentimiento de perdida... ¿Cómo va a ser feliz mi hijo si no puede casarse y tener hijos con normalidad? Esa normalidad que nos mediatiza desde que nacemos y que, sin embargo, supone una auténtica definición de la mediocridad.
Nuestro país posee una de las legislaciones más avanzadas en temas de reconocimiento social, pero la ciudadanía, en general, no ha adquirido ese nivel necesario de aperturismo de miras, en parte por inercia cultural y en parte por arraigo de una educación católica y discriminatoria. Esa es, sin duda, la razón de la tristeza que se produce cuando conoces la homosexualidad de un ser querido. No deseas que tu hijo sufra, pero la homosexualidad le garantiza ese grado de sufrimiento que impone la sociedad y es dolorosamente muy difícil de asumir por un padre. Cuesta reconocer la liberación que supone para el homosexual salir del armario, reconocer su orientación. Es un sufrimiento enorme desconocer, aunque intuir, la homosexualidad, afirmando y negando una y otra vez esa realidad, ocultándola cuando ya casi se tiene la certeza y temiendo la liberación por suponerla dañina para tus seres queridos. Antes de la liberación y el reconocimiento, muchos homosexuales se consideran enfermos o monstruos, cayendo, en algunos casos, en profundas depresiones que pueden llevarles al suicidio, pero el mundo no les trata mejor. Desde este punto de vista, el momento en que se lo dicen, por fin, a los padres supone romper con ese yugo psicológico, sin embargo, por mucho que lo hayan intuido, para los padres es nuevo y deben seguir un proceso para asimilarlo y en esto no tiene nada que ver con la apertura de miras de los mismos, viene a ser una especie de luto por las ilusiones perdidas. Pero aquí es cuando la apertura de miras si puede ser útil, por encima de ese necesario luto a la sexualidad del hijo está el cariño por un ser que no ha cambiado, es el mismo de siempre y sigue teniendo el mismo derecho a ser feliz. Finalmente, se termina por reconocer que el problema no es la homosexualidad, sino el hecho de que siempre representamos nuestros anhelos y esperanzas personales en nuestros hijos, pero ellos son seres independientes con ideas propias y, en el caso que nos compete, orientación sexual diferente.
Así pues el gay es un ser que ha debido superar sus miedos y los de los demás, arrastra encima un millón de pecados que no son los suyos... ¿Cómo no iba a sentirse orgulloso?
Hoy, 30 de Junio de 2007, entre un millón y medio y dos millones de personas, en su mayoría homosexuales, pero también muchos héteros que intentan derribar esas barreras que la oscuridad medieval de las enseñanzas católicas nos inculcó, han desfilado en paz y con alegría por las calles de Madrid. Una manifestación tan alegre y animada como la rua de Carlinhos Brown y una manifestación tan solidaria como la del 11-M. Madrid ha tenido el sábado de manifestación más decente, alegre, respetuosa, multitudinaria y libre de bilis que tuvo jamás. Esta vez, ese partido al que se le llena la boca con la palabra libertad (se les llena porque sin duda les viene grande), no estuvo presente. Tampoco la iglesia estuvo representada aunque, sin duda, Jesucristo y el mismo Dios no hubieran tenido ningún problema en mostrar su verdad encima de una carroza.
Cerca de dos millones de almas y nadie les pagó el viaje, les puso un autocar y les regalo una bolsa con bocadillos. Para algunos esta manifestación rompe con las familias, se mea en los catecismos, atenta contra la libertad (de seguir encerrado en un armario), es obscena y antiespañola. Pero la realidad es que el día del orgullo gay ejemplifica el derecho a ser feliz por encima de todas las trabas que nuestra sociedad prehistórica aún pone a las diferencias.
Soy hétero y no conozco a ningún gay (creo), pero ante todo esto sólo puedo decir una cosa: ¡Viva Tinky Winky!
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